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Se cumplen siete años del fallecimiento de Leo Mattioli

Se cumplen siete años del fallecimiento de Leo Mattioli

El 7 de agosto de 2011 el cantante santafesino Leo Mattioli dejaba de existir luego de una insuficiencia respiratoria tras un recital en Necochea.  Leo tenía seis hijos fruto de su relación con Marina Rosas. Además de Nicolás, están Julieta, María Laura, Romina, Tamara y Denise Amor. El León santafesino, nacido, criado y residente de Santo Tomé, es uno de los más recordados artistas de cumbia. Con letras románticas y particulares, Leo Mattioli entró en el corazón de todos los que aman el ritmo.

La leyenda de Leo

Te bajás de un tren conurbano rumbo al centro de la ciudad o llegás a una cabecera de ómnibus y está ahí. ¿En los kioscos, locales o parrillas de las universidades a la vera de la ruta? Está también. En la tarde-noche de las plazas los fines de semana, arriba de autos y motos con parlantes o sin ellos. Ahí también suena. Y con todo. Leo Mattioli, el máximo exponente de la cumbia santafesina, hace siete años se volvió el número uno. Hablamos con su hijo Nicolás, con fans y con un viejo colega de Los del Fuego, Juan Carlos Mascheroni, para conocer al León de Santa Fe desde distintas perspectivas. Así como Carlos “La Mona” Jiménez y “El Potro” Rodrigo Bueno andan sin documento porque llevan el acento de Córdoba y Gardel y Discépolo le pusieron los faroles a Buenos Aires, en sus breves 38 años Mattioli introdujo la cadencia de Santa Fe en el corazón de la cultura popular argentina. En el país “blanco” de América del Sur eso no iba a ser fácil, claro. Con la cumbia todavía limitada a ciertos boliches o bailantas, el jóven Leo tomó el micrófono del grupo Trinidad a los 20 años.

Eran años de largas melenas oscuras, de boliches ruteros repletos de gente los fines de semana, de chingui chingui y miraditas de costado. Guillermo Vilas sacaba discos y era cool, imagínense. Trinidad, particularmente, tenía su bastión en Santa Fe y hacerse fuerte en Buenos Aires le tomó varios años y éxitos que se desplegaron, como ellos, por las rutas del país. Con la banda, Leo puliría su presencia y le iría encontrando la vuelta a lo suyo. Lo suyo, quedó claro luego, era bajarle un tiempito al compás, darle cauce a su particular color de voz y ser poseído por el Sandro que tanto admirada. De ahí a musicalizar cualquier joda nocturna o los almuerzos por los bautismos de los chicos, todavía tenían que suceder varias cosas. Y sí ustedes en vez de ahijado tienen Twitter, lo lamento, amigos. Uno de esos eventos que iban a suceder, por desgracia, fue un accidente horrible en el que dos de sus compañeros de Trinidad fallecieron. Leo quedó muy lastimado, a tal punto que los médicos dudaban si volvería a caminar alguna vez. Fueron meses largos y difíciles, pero de ese calvario salió caminando. Y con un disco bajo el brazo.

Y qué disco. Un homenaje al cielo, primer álbum solista de Mattioli, reventó las disquerías argentinas — ¿cuántas disquerías argentinas creen que vendían CDs de cumbia entonces? — con 200 mil copias vendidas. Si el milenio cumbiero argentino había arrancado con esas dos notas (“Lauu –ráaaa….”) de Damas Gratis, ahora terminaba con las seis primeras notas de acordeón del hitazo absoluto “Le pido a Dios”. “Me identifico con este tema, tengo una enfermedad muy complicada (cáncer) y tengo una hermosa niñita de siete años y cuando escucho este tema se me van las lágrimas. Espero que Dios la ayude y la guíe de la mejor manera cuando yo ya no esté. Te amo hija y grande vos, Leo Mattioli, espero poder vernos”, escribió un hombre en YouTube. Y él que no lo entienda, allá él.

De terapia intensiva a poner la música santafesina en el mapa en un año. ¿León se nace? su hijo y heredero musical, Nicolás Mattioli, le cuenta a VICE que aquel morocho que parecía un Sandro del Río Salado era sencillo para vivir y para componer, y que ahí, tal vez, estuviera el secreto de su conexión con la gente. “Yo lo acompañé en su trabajo desde chico y se cómo mirarlo. No era alguien extravagante ni que quería llamar la atención fuera del escenario. Era alguien natural. Andábamos en cuero y descalzos en casa. Le gustaba mucho recibir amigos, eso sí. Escuchaba mucho sus historias”. Basta hablar un poco con Nico para entender que el adjetivo popular no era algo que su papá recibió de alguien: como ayer con Leo, la carrera de Nicolás es una cosa de familia que los Mattioli llevan con sencillez y respeto. Hablar con ellos es fácil, son amables y se rodean de gente amable para trabajar. Si hay estrella, como pregonaba Leo, hay que saber llevarla. “Él me decía —prosigue Nico— que trataba de contar historias de vida que pudieran ocurrir en lo cotidiano. Una vez un amigo le contó algo que le había pasado a un conocido del Chaco y de ahí salió ‘Yo no soy Dios’. Era alguien sencillo que le gustaba pescar, el paddle… y cantar. Cuando íbamos a Buenos Aires siempre cantábamos en la ruta: Luis Miguel, Luis Fonsi, Sandro, Cacho Castaña, Gustavo Cerati…”

2008: adolescentes lanzados en una combi contra la noche inmensa del conurbano bonaerense. Cuando tenemos 19 el peligro es algo que le pasa a los demás y esta caravana de vehículos que va como una bola de pinball por las bailantas del Gran Buenos Aires tiene un riesgo principal y no son precisamente los baches jurásicos de las rutas provinciales. La estrella de Belén encabeza el convoy y es la combi en la que viaja Leo Mattioli, la voz del Río Salado y de las tardes que caen como una sábana roja sobre trenes llenos de trabajadores, el nacido con Sol y Mercurio en Leo; como Sandro, como Borges. Llegar tarde a sus shows. Ese es el peligro. Adentro de una combi va Melanie Pelozo. Destino, Complejo Mambo, Isidro Casanova, partido de La Matanza. ¿Estará el pibe que vio la otra noche en Jesse James? —tocaba Leo más vale. ¿O era en Eros de Quilmes? ¿Gonzalo se llamaba?

Diez años después el encuentro inicial todavía se de debate, pero Gonzalo Rodríguez y Melanie Pelozo siguen juntados gracias al juez de paz más masivo de Santa Fe. Gonzalo afirma: “Por supuesto que a mi hijo voy a tener que hablarle mucho de Leo. De cómo nos conocimos, de lo que él significa para nosotros”. Hasta acá lo acompañaron las formas. Ahora se afloja, la voz se le tuerce, no va a llorar pero el gesto aparece. A los 31, el hombre tiene una relación que ya va por los ocho años, un empleo en un estudio contable, una cursada de Administración de Empresas y una vida que, más o menos, se empieza a perfilar. Pensar en un hijo, entonces, es un horizonte. Y pensar en el máximo artista de la cumbia santafesina, el hombre que masificó e inmortalizó un estilo en la movida tropical argentina y fuera de ella, parece un reflejo obvio. Pero, ¿por qué? ¿Por qué el día de mañana entrará a orgulloso al registro civil a anotar a su nene como “Leonardo”?

“Es un sentimiento. Un ídolo. Un sentimiento nacional, dice Gonza. Algo que excede a un artista. Leo sigue sonando y seguirá sonando más allá de la vida y la muerte. Vas a un boliche, suena él y la gente explota. O llora. En agosto la gente espera los homenajes. Leo excedió todo tipo de barreras en este país. Es respetado por el rock, por los latinos, lo escuchan nenas de 12 y señoras de 80, varones de toda edad. Hay cosas que viví con él que me llenan el corazón. Que nos haya invitado a su casa después de su cumpleaños, por ejemplo. Que mientras estuviera grabando sus CD nos preguntara qué nos parecía, que nos haya invitado al 15 de una de sus hijas. Nos abría las puertas de su casa, nos hacía sentir que le importábamos. Recuerdo una vez que fuimos a su cumpleaños y no sabíamos cómo llegar a su casa. Le preguntamos a Nico cómo ir y nos responde que le digamos al taxista que vamos a lo de Leo Mattioli que va a saber. Y era así nomás”.

Melanie, por su parte, habla despacio y con delicadeza, abriga al recuerdo con palabras, parece. Cuando dice que siente sus recuerdos en la piel, da toda la sensación de que eso es literal. “Toda la pasión que se respiraba cuando tocaba él era inexplicable, destaca. En mi caso el fanatismo viene desde nena. Desde que mi mamá me lo hizo escuchar con Trinidad y me acompañaba a verlo cuando yo era muy chica. Antes los boliches solían armaban un lugar para que los fans se sacaran una foto con los músicos por lo que en ese momento eran 20 o 30 pesos. En una de esas esperas, en Jesse James, fue que lo vi a Gonzalo y a los chicos del Fans Club por primera vez. Y hoy llevamos 8 años de novios. Siento mucho orgullo y felicidad de tener tantas historias. Recuerdo bien las cosas y cuando lo hago siento los recuerdos en la piel. Por ejemplo, en la su última gira en la Costa Atlántica, en Mar del Plata, hizo que nos consiguieran un camarín aparte en sus shows para que estuviéramos más cerca. O cuando nos hizo subir al escenario en el Gran Rex. También se me grabó una noche en Pinar de Rocha, que era sólo para mayores de 21 y fui igual aunque sabía que no me iban a dejar pasar. Leo llegó y habló en persona con los de seguridad para que entrara. Esas cosas no tienen comparación”.

“Por supuesto que no hay comparación”, afirma el único hijo varón de Leo antes de salir a tocar. Para cuando sale a escena el Auditorio Sur de Temperley está lleno de punta a punta. Ahí y sólo ahí, cuando la primera melodía del acordeón atraviesa las manos alzadas, se comprueba que Melanie decía la verdad. “Toda la pasión y la adrenalina que se sentían cuando tocaba Leo” están presentes, cuando su hijo toma la posta y extiende el río santafesino un poco más allá. Puede ser generacional, puede ser que la mayoría de los aquí presentes nos hayamos besado por primera vez con un tema de Leo de fondo, puede ser que haya un “Seminare” del pardo que en vez de piano toca teclas de acordeón, puede ser que nuestra familia nos haya enseñado a bailar, trabajar o estudiar con Leo de fondo. Al fin y al cabo, lo popular no tiene que ser explicado necesariamente. Es y ya. Como cuenta Nico sobre su papá grabando en el estudio. Iba y lo hacía. “Nosotros —recuerda el heredero— hemos ido a grabar maquetas de boleros o baladas y me acuerdo que una vez, compartiendo estudio con los músicos de La Bersuit, el Cóndor quedó impresionado por cómo grababa mi viejo. Hemos grabado también en Estudios ION y también se sorprendían con su manera de trabajar. En Buenos Aires los cantantes están acostumbrados a grabar cada estrofa en dos o tres temas. Y mi papá solía grabar todo en una sola toma y ya. Se sorprendían por la afinación, la expresión. Él iba, lo hacía y el tema quedaba listo”.

Esta mística del oriundo de Santo Tomé no quedaba puertas adentro del estudio. Gonzalo recuerda bien cómo la legitimidad de su artista favorito costó más que tiempo: “Hoy la cumbia está en todos los ambientes y en parte eso se debe a Leo y a varios cantantes, pero antes era distinto. Al principio si mis amigos me preguntaban qué hacía el fin de semana y les respondía que iba a ver a Leo, me decían ‘sos un negro’. Y hoy lo escuchan, lo piden cuando vamos en auto. Siempre te cruzás música de Leo en la calle y a veces me emociona. O alguien ve que tenés fotos con él y te dice ‘¡conociste a Leo! ¡Mi sueño era verlo!’. Y se te pone la piel de gallina. Porque cuando salíamos a la ruta con lluvia, frío o calor no sé si decir que arriesgábamos la vida, pero no muchos entendían eso”.

Claro que el que también salía a la ruta todos los fines de semana a darlo todo era el mismo Leo. Mientras un rockero toca dos o tres veces por fin de semana, los artistas tropicales, a diferencia de los parámetros de la industria cultural del rock, pueden tener hasta 10 shows por noche. En el caso de Mattioli, además, su trabajo implicaba el lanzamiento de prácticamente un disco por año. Tres veces el cantante tuvo insuficiencias cardíacas que lo dejaron internado y tres veces los fans se apostaron en clínicas para transmitirle el cariño que sólo tienen reservado algunos músicos en este mundo y en el otro. Su tremendo accidente del 2000 le había dejado un dolor de cadera crónico que, cuando se agudizaba, sólo podía ser combatido con poderosos calmantes como la morfina. Convivir con ese cuadro no era fácil para alguien con semejante vértigo de trabajo semana a semana. “A veces mi viejo se movía en un show y se le salía la cadera”, supo recordar en su momento Nicolás. Aun con semejantes problemas, que parecen recurrentes en íconos tropicales como Rodrigo, Walter Olmos, Gilda y más, buena parte de la carrera de Leo superó esas adversidades. Llegaron así los shows en el Gran Rex, las apariciones en televisión y la consagración más allá de la movida.

Como le cuenta a VICE Juan Carlos “Banana” Mascheroni, voz de Los del Fuego, “El León Santafesino hizo un estilo en la música romántica y es un cantor popular de la Argentina que atravesó todos los ámbitos. Estuvo en todos las bailantas y también con Mirtha Legrand y Susana Giménez. Su música nunca perdió vigencia y aunque haya partido hace algunos años, es impresionante cómo se grabó en el espíritu de las personas. Entiendo que va a seguir perdurando en la vida de muchísima gente como pasó con gente como Gardel y con el Potro Rodrigo. Personalmente, ‘Llorarás más de diez veces’ es una canción que me encanta y me di el lujo de poderla grabar”.

Para 2011, cuando Mattioli cantó por última vez en aquel boliche de Necochea, tenía más de 10 discos en su haber y un lugar asegurado en el panteón de los artistas populares que han atravesado barreras culturales o comerciales. Como La Mona Jiménez, Rodrigo o Karina, su figura había superado largamente el nicho cumbiero para instalarse en el sonido diario de las ciudades y en los escenarios más importantes del país. Y, claro, en el corazón de sus fans. Explica Gonzalo: “Con Leo se fue una parte de mí. La gente que comparte el mismo sentimiento lo entiende. El resto no. Lo sufrí más que a la muerte de algunos familiares, imagínate. También se fue mi juventud. Lo seguía de adolescentes y era mi salida favorita. A mis amigos del colegio no le gustaba la cumbia porque era ‘de negros’. Me conocí con los chicos del fan club. Éramos 5, 6, 7…30, un día llegamos a sacar un micro. Y eso un día se fue. Los primeros dos años era horrible. No teníamos motivación de salir porque si no estaba él, ¿qué íbamos a hacer? Por suerte tenemos a Nico, que es el que nos da un poquito de Leo. Al principio era escucharlo y llorar. Con el tiempo ese dolor se convierte en orgullo. Hoy vivo con orgullo todo y sonrío cada vez que me acuerdo de él. Escuchándolo se te llena el alma. O ver que lo escuchan y pensar… Leo es inmortal”

León Santafesino, papá que recibe amigos, figura gardeliana o ídolo que es uno más entre sus fans, la figura de Leo Mattioli viborea como el acordeón de su canción. Gonzalo, entre muchos recuerdos, elige algunos puntuales: “Estuvimos en el 15 de su hija Laura, nos invitó a su casa más de una vez, presenciamos la grabación de un CD en el estudio y me invitó a cantar a dúo para guardarme esa grabación…¡y yo como un tonto no me animé!. Cuando hacía giras por la Costa Atlántica alquilábamos allá y nos invitaba a comer a su casa. Incluso hay fotos de él haciéndonos empanadas”.

Mientras tanto, quien lleva literalmente el ADN Mattioli se encolumna tras los sueños del maestro: “Pienso en cómo hicieron con mi mamá para criarnos a todos y me siento sorprendido y agradecido. ¡Éramos seis y éramos terribles! por suerte pude compartir mucho tiempo con él cuando no estaba en gira y aplico lo mismo para disfrutar de mi hija hoy. Cómo él, sueño recorrer todos los teatros de Argentina, llegar a hacer shows cada vez más importantes, cantar otros géneros como el bolero… y lo demás se irá resolviendo. Tenemos material de él que más adelante, cuando llegue la propuesta adecuada para editar, se va a conocer. Van a ser sus últimas canciones inéditas. Propuestas hay. Incluso nos hablaron para hacer una película… o una serie”. El León Santafesino sigue rugiendo a siete años de su partida.

Fuente: Notife – Vice.

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