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El Pulga, íntimo: Su infancia, su presente y los sueños por cumplir

El Pulga, íntimo: Su infancia, su presente y los sueños por cumplir

Luis Miguel Rodríguez atraviesa uno de sus mejores momentos desde que en enero de 2019 llegó a Colón, más allá que fue uno de los principales artífices de que el equipo haya llegado a la final de la Copa Sudamericana, donde perdió frente a Independiente del Valle, en la Nueva Olla de Asunción.

Pero Pulga viene de cerrar una gran Copa Diego Maradona, donde sorprendió no solamente con su majestuoso fútbol sino también con golazos que quedarán grabados a fuego en el corazón de todos los hinchas sabaleros.

El tucumano habló con Infobae, donde comenzó diciendo: “Nosotros vivimos en una burbuja. Yo no me desentiendo de mi pueblo: sé cómo vive la gente, cuánto le cuesta llevar ese plato de comida a la mesa”.

Estacionó el Gol Power en una orilla de la Ruta 38. Sus manos sudaban frío y tenían un leve tiritar a pesar de que el calor comenzaba a sentirse cada vez más espeso. Como cada 24 de septiembre desde que tiene memoria, Luis Miguel había estado presente en Simoca para rendirle culto a la Virgen de Merced en la fiesta patronal que paraliza a la provincia. Aquella noche del 2009 volvía de noche hacia la capital porque al otro día debía estar presente en la práctica de Atlético. Su celular, cada vez que agarraba señal en medio de la densidad de la noche, sonaba y sonaba. La noticia que recibió lo paralizó.

— Escuchá loco, te citaron para la Selección, ¿escuchaste lo que dijo el Diego?

— Amigo, tampoco es para que me cargués… ¡Qué me van a llamar para la Selección acá de Tucumán! No me llama nadie. No saben que existo en Tucumán.

— ¡Sí boludo! ¿dónde estás?

El Pulga cortó fastidioso. Pensó que su amigo periodista le estaba jugando un chiste de mal gusto. Antes de retomar la ruta, le contó a su mujer: “Amor, éste me está boludeando que me citaron a la selección”. Ella creyó mucho más en su capacidad goleadora que él mismo: “¿Y por qué no?”. “¿Vos también te prendés con los otros?”, contestó con cierto fastidio. La noticia era tan irreal para él que creyó ver una conspiración humorística.

El Gol otra vez estaba en el camino, pero cada vez que el móvil se cruzaba con algún rebote de antena vibraba incesantemente. “¡Tenía una moto! Porque es como que me estaban boludeando, ¿entendés? Me entró un llamado de una característica que no sabía, atendí y me dice “soy periodista, te citaron para la Selección, ¿qué se siente?”. Y ahí empezó a sonar a cada rato. Estaba estacionado al costado y pensaba: no pueden llamar tantos para boludearme. Y le digo a mi señora: capaz que es verdad… Lo llamé a mi hermano y le dije ‘me dijeron esto, fijate en la tele’. Él se fijo y me iba relatando en vivo: ‘Están hablando de los convocados pero no te nombran a vos… ¡Sí, ahí estás! ¡estás convocado!’. Mi señora me decía ‘tranquilizante, ¿qué te pasa? Vas a ir a jugar un partido de fútbol’. Imaginate yo… ‘Mi amor, es la selección argentina, en mi vida me imaginé poder pisar el césped de la Selección’”.

A Luis Miguel Rodríguez le cayó sobre el cuerpo el peso de todo ese camino recorrido. Tal vez la Virgen le cumplió un deseo que ni siquiera había pedido esa noche. Sobre su espalda cargaba el primer viaje en avión a los 13 años para probarse en las inferiores del Inter de Milan, la frustración por haber quedado en las juveniles del Real Madrid, pero ver truncado ese sueño por culpa de un representante demasiado codicioso y aquel día que lo abandonaron de adolescente en Rumania. También esa casa con tres habitaciones –”Bah, dos habitaciones y el comedor, que era habitación de noche y comedor de día”– que albergaba 14 personas. O en su mente acaso irrumpió la tarde en la que su padre apostó por él y le compró sus primeros botines aunque a la noche capaz no habría una moneda para llenar los platos. En octubre del 2009, el Pulga cumplió el sueño durante esos 32 minutos de un amistoso contra Ghana, al fin y al cabo, de todo un pueblo. El de Simoca, donde nació, vivirá y morirá.

“Cuando llegamos al departamento nunca vi tantos periodistas juntos en Tucumán. Mi hermano llegó a la media hora y me dice: ‘Escuchá, están todos ahí abajo’. ‘Yo no quiero hablar con nadie, ¡ni sé qué voy a decir, no puedo ni hablar!’, le contesto. Me dice: ‘Quedate tranquilo, vamos a hacer la conferencia acá en el lobby’. A mi hermano le gustan las cámaras: puso una mesita ahí, tres copas de agua y yo le digo: ‘¿Qué hacés boludo?’. Y él me decía, ‘dejá que hablo yo’. ¡Dio la nota él diciendo lo que sentía yo, porque yo no podía ni hablar!”, revive entre risas ante Infobae.

Luis Miguel, que lleva esos nombres por dos de sus tíos y nada tiene que ver con el legendario cantante mexicano, es un domador. Con su botín amansa cada pelota que cae y con su cabeza amaestró la presión que tiene el delantero a la hora del mano a mano. Aunque, más importante aún, el pibe de Simoca tiene domado a su ego. Habla con sencillez y humildad, como cuando explica la lucidez que mostró en cuatro de sus últimos increíbles goles: de cachetada ante Central Córdoba, con comba al ángulo ante Banfield, un bombazo ante San Lorenzo o dejando en ridículo a su amigo Luchetti tras gambetear a tres rivales y picarla. “Uno trata de alejarla del arquero y que entre al arco, nada más. Definir lejos de ellos. No se me pasa nada por el cuerpo en ese momento. Yo trato de mirar siempre a los arqueros, de cómo se mueven y demás. Miro un poco los resúmenes de cada partido cuando nos toca enfrentar a un rival. Es lo que intentamos. A veces sale, a veces no”.

— Si así reaccionaste cuando te enteraste que te habían citado a la Selección, no me quiero imaginar cómo fue la primera charla con Maradona

— Llamé a uno de los dirigentes de Atlético y le dije: “Escuchá loco, no conozco ni para llegar a Ezeiza. ¿Me podés dar una mano?”. Y él me contestó: “Quedate tranquilo, te voy a esperar, vamos a desayunar y después te llevo al predio”. A las 11 de la mañana ya estaba ahí y entrenábamos a las 4 de la tarde. No estaban Diego ni Mancuso. Me llevaron los utileros a mi habitación, me dijeron que me quedara tranquilo, que ahí era lo mismo el que tenía 100 partidos y el que tenía 1. Comí y me fui a dormir la siesta. Cuando fueron llegando todos, estaba de espaldas charlando con Campestrini y me dice: “Ahí viene el enano”. Empecé a transpirar las manos y me gritó de atrás: “¿Qué hacés Pulga, todo bien?”. Sí, todo bien, le digo, no puedo ni hablar. Nos quedamos charlando ahí. Bah, hablaba él porque yo no podía ni hablar y Campestrini menos. Y dice: “Bueno los dejo porque parece que no saben hablar ustedes. Nos vemos en la cancha”. Y se fue. Mi hermana me llamaba y me decía, pedile una foto a Diego. ¿Estás loca? ¡Es el técnico! ¿Cómo le voy a pedir una foto? Y no le pedí la foto… En este momento la podría tener de estado de Whatsapp, de foto de perfil, qué sé yo…

— Viviste todo eso y ocho años antes te habían abandonado en Rumania…

— Sí, literalmente fue así. El representante nos llevó, arregló y no sé si le dieron plata o no, porque yo no tenía conocimiento, era muy ignorante. Tenía 16 años. Lo que sí decían es que nos iban a pagar una plata que nunca nos pagaron. Cumplimos el mes, nos cargaron en un tren, dijeron este es el pasaje, vayan en el tren éste que van a ir a la capital y de ahí van a ir a Italia. Cuando llegamos a la capital no había nadie. Estábamos ahí con cuatro compañeros y no teníamos plata. Nos sentamos en un McDonald’s y pensamos “de última alguien se comunicará”. En ese momento yo pensé que nos quedábamos en Rumania. Hay que laburar y conseguir para volvernos. Uno de mis compañeros tenía un teléfono, juntamos 100 pesos argentinos que teníamos entre los cinco para cargar crédito y llamamos al padre de él: “Hola, nos dejaron tirados”.
Por aquel año, entre el 2003 y el 2004, el Pulga recuerda que escapó también de Racing de Córdoba a donde lo había llevado ese mismo agente que previamente lo paseó por las juveniles de Inter y Real Madrid. El fútbol, el motor de su vida, era un obstáculo. Durante ocho meses largó todo e hizo “muchas cagadas”. Hasta que otra vez la pulguita del fútbol le picó. “Me llamaron para la pretemporada del Argentino A con Racing de Córdoba en un plantel que tenía al Diablo Monserrat, Jairo Morales Santos, Perico Ojeda, Dante Unali, unos monstruos… Yo tenía 17 años, no entendía nada. Fui con un amigo que era doctor para arreglarme el sueldo: me daban 200 pesos y la pensión. ¡200 pesos era como que estaba cobrando 20 mil dólares para mí! Nunca había recibido un peso y eso que había viajado por Italia, Rumania, España. Llegamos y mi amigo les dijo: ‘Mirá que se queda, pero pagale el mes por adelantado porque no tiene shampoo, no tiene slip, no tiene crema, nada. Así que pagale el mes antes porque sino lo tenés que llevar a tu casa por lo menos un mes’”, recuerda entre carcajadas.

Para entender las reacciones, los pensamientos o las acciones del Pulga Rodríguez es necesario descifrar a Miguel. El tipo de 36 años que patea las calles de Simoca, esa ciudad -a una hora de la capital tucumana- que en su entrada avisa que es “cuna de tradición y folklore”. El lugar donde vivió siempre y que sólo abandonó para radicarse en Santa Fe cuando lo fichó Colón. Unas veinte cuadras por lado que solo conocen de casas bajas. Allí camina con su familia como uno más. Come en algunos de los “tres bares” que hay en el centro. A veces cae de repente en una esquina donde los más pibes están rancheando y bardeando con algún que otro berretín: “Me siento ahí con ellos y les explico. Ustedes me conocen, yo la pasé muy mal, pero jamás caí en esto. Sus padres se matan laburando, tratan de darles para que vayan al colegio, mirá las zapatillas que tienen, ¿y ustedes le pagan de esta forma? Pero los pibes te dicen sí tenés razón, te vas a tu casa y lo vuelven a hacer”. Ahí es local y nadie le dice Pulga porque estarían hablando de su hermano. Para sus vecinos es Miguel.

— ¿Por qué te fuiste de Tucumán? ¿Es difícil ser ídolo en tu propia ciudad?

— La verdad es que no lo veo así. Me considero uno más de la ciudad, del pueblo. Por ahí parece más de lo que realmente es. Podía salir a comer con la familia, si bien había fotos y esas cosas. Pero yo vivía en Simoca, en mi pueblo, y ahí es raro el que te pedía una foto o un autógrafo porque me vieron crecer. Hoy por hoy juego al fútbol, pero ellos me ven como el pibe que creció en Simoca. No me ven como el jugador de fútbol, el que hace goles o el famoso por salir en la tele. Soy uno más de ellos y por esa tranquilidad es que elegimos Simoca para vivir.

— ¿En Simoca no sos el Pulga?

— La verdad que esa diferencia es grande. El Pulga es mi hermano en el pueblo y yo para la gente soy Miguel. Estamos invertidos los roles y la verdad que a mí me gusta. Salimos a comer con la familia a los bares y estamos tranquilos. Nadie pide fotos ni nada. Te saludan normal. Vivo a cuatro cuadras de la plaza y a veces vamos caminando con mi señora y mis hijos a comer. O a lo de mi vieja que está a tres cuadras.

— Vos que practicás este estilo de vida sin tantas estridencias, ¿no te parece por momentos contradictorio cómo vive el futbolista y cómo es el ambiente del fútbol?

— Lo hablo muchas veces con mis compañeros. Cuando me voy a mi pueblo no me desentiendo, no es que vengo acá (a Santa Fe) y el pueblo queda en segundo plano. No, uno sigue porque sabe cómo vive la gente, cuánto le cuesta llevar ese plato de comida a la mesa. La verdad que hablo mucho con mis compañeros de eso, sobre todo con los que tengo más relación. Que hay familias que viven con muy poca plata y uno a veces va a comer y gastas tres mil o cuatro mil pesos como si nada. Nosotros vivimos en una burbuja y no nos damos cuenta a veces de las cosas. A veces perdés un partido y es como que el mundo se te viene abajo, y realmente no es para tanto. Si bien uno vive el fútbol, te pagan para hacer este trabajo, es un partido de fútbol donde hay tres resultados: perdés, ganas o empatas. Después que dan el pitazo final, no hay nada más para hacer. Y por ahí yo veo en mi pueblo –digo pueblo porque para uno sigue siendo un pueblo si bien es ciudad– que no progresamos. Dependemos de una municipalidad y después de las changas que puedan hacer en algunas casas de gente que pueda tener un poquito más con trabajos de albañilería y esas cosas.

— Vos trabajaste un tiempo de albañil…

— Con mi cuñado. Mi viejo no me quería llevar, quería que juegue al fútbol…

— ¿Qué recuerdo te quedó de ese laburo?

— Es un trabajo normal. Pero no se gana como en el fútbol. Es un trabajo normal donde te tenés que levantar a las 7.30 o en verano antes para trabajar y ganarle un poco al calor. Pero es normal, si bien no estás de bermudita linda, estás con ropa de laburo y es un laburo digno, que sirve y a mí me sirvió muchísimo para valorar las cosas que consigo hoy por hoy. Las valoro el doble.

— ¿Qué rol ocupa la plata en tu vida?

— Uno hoy por hoy piensa en los hijos. No quiero que me hijo pase las cosas que pasé yo de chico o porque mi papá no tuvo la oportunidad de tener un buen empleo, una buena casa. Yo apunto a que mis hijos sigan con el estudio y no tengan que decir: “No puedo estudiar porque tengo que trabajar ocho horas”. Que estudien en el momento que tengan que estudiar y después se sigan ganando la vida con un trabajo digno. Lo dije en muchas notas: no quiero que mis hijos jueguen al fútbol, pero si eligen jugar va a ser decisión de ellos y no porque yo les esté metiendo el fútbol por los ojos.

— ¿Y el ego cómo lo manejas? Da la impresión viéndote desde afuera que tenés domesticado el ego, más teniendo en cuenta que el goleador siempre es el que mayor exposición tiene

— Nunca me negué a una foto, a un video, nunca nada. Es más, me sorprendo porque uno no se ve como lo ve otra gente. Mi hijo sí me dice por ahí: “Papá, ¿por qué la gente te pide tantas fotos?”. Pero no sé qué responderle. Uno lo vive tranquilo. Un poco que se acostumbró a vivir sobre esta cuestión. En Tucumán me pasaba muchísimo más que acá en Santa Fe. Si bien salimos mucho menos, me pasó muchísimo más en Tucumán que en Santa Fe. Es raro, pero bueno, sigo siendo la misma persona que salió de Simoca.

— Te transformaste en una persona que siempre despierta muchos comentarios en las redes sociales, ya sea por tus actuaciones o mismo por bromas sobre tu vida personal tranquila. ¿Los leés?

— Me causan gracia. A veces mi hermano me muestra: “Dicen esto, dicen aquello”. O me dice fuiste tendencia en Twitter… ¡Yo no tengo ni idea qué es ser tendencia! No tengo ni idea de qué me habla y ahí se pone a explicarme todo…

— Alguna vez reflexionaste sobre la dedicación extrema que hay en el fútbol, las críticas que hay si un jugador salió o se toma un vaso de cerveza. ¿Qué opinás de esas críticas al deportista como si fuese un robot que no puede hacer otra cosa más que entrenar y descansar?

— No lo comparto para nada. El jugador de fútbol es una persona normal. Obviamente que hay tiempos y tiempos, pero por ahí se critica a un chico de 23 años que salió a bailar y estuvo en un boliche. Está de vacaciones tomándose una cerveza o un champagne. La mayoría de los chicos de 23 años espera el fin de semana para salir a un boliche, estar con una chica, hacer un montón de cosas. ¿Por qué el que juega al futbol –que se la pasó concentrado en una pensión desde los 13 años hasta que pudo debutar– si tiene ganas de tomarse una cerveza no lo puede hacer? No falta a entrenar, entrena todos los días bien, al 100% y está de vacaciones; o en el mismo campeonato y se toma una cerveza. Si te rompés la cabeza y no vas a entrenar, está mal, no es profesional, pero creo que puede pasar que se tomen una cerveza en un asado. Al otro día tenés que estar 100% para rendir en el entrenamiento.

Héroe local y goleador refinado, pasará a ocupar la galería de mitos y en algunas décadas un curioso desempolvará su historia para relatar su mágico camino. Dirán que definía con soberbia y que celebraba con modestia, muchas veces con sus brazos por lo bajo y caminando con placidez como si hacer un gol no se tratara tanto de una descarga indómita de emociones. También contarán el rol social que ocupó en su tierra.

— Independientemente de lo que es el barro de la política, vos te afiliaste al Partido Justicialista tiempo atrás y encabezás distintas acciones sociales, ¿te interesa la política como herramienta de transformación?

— La verdad es que hago lo que hacía siempre. Arranque hace once años con la fiesta del Día del Niño en mi barrio. Arranqué con 20 niños, a la siguiente había 40, a la siguiente 60, 80, 100 y se fue extendiendo. Un día mi hermano me dijo que no podíamos hacer la fiesta como la veníamos haciendo y la hicimos en una cancha. Me arruinó mi hermano ahí, me metió en un terreno que yo no tenía que estar en ese momento. Teníamos como tres mil chicos. Yo llevaba las hamburguesas y todo eso se fue haciendo más costoso. No recibía ayuda de nadie en ese momento. Siempre estuve haciendo cosas, pasa que ahora es mucho más notorio o lo ven más. También recibimos durante los últimos tres o cuatro años mucha ayuda del vicegobernador de la provincia Osvaldo Jaldo. La verdad que no sé qué puede pasar mañana, hoy me dedico a jugar. A mí me sirve ayudar, pero también me di cuenta que solo no se puede. A mí de chico me gustaba o siempre vi al peronismo como más cercano, como que colaboraba más, aunque hay cosas que también no se comparten. En mi pueblo que reciben personas que tienen cero pesos, viven con tres mil pesos por mes en un laburo de la municipalidad ponele, y ahora le dieron el IFE. Yo veía lo que esa gente sufría para llegar a fin de mes. Entonces a mí me ponía muy contento. Tengo amigos que me dicen: ¿cómo le van a dar para que no trabaje? Está bien, yo entiendo, tienen que darle para que trabajen. Sí, es verdad, que trabajen, ¿pero cómo no te vas a poner contento que una familia tenga por lo menos 10 mil pesos para comer al mes? ¿Qué te vas a llevar en tu vida después? Si después te visten como quieren: los familiares cuando ven que te morís te ponen lo que ellos quieren, te pones en el cajón y te vas solito. Es real, no nos llevamos nada. Uno está tratando de construir para que mi hijo disfrute. Y a mi hijo voy a tratar de inculcarle que haga lo mismo con sus hijos y lo que la vida le dio lo pueda devolver en alguna acción que salga del corazón. Yo lo hago porque es lo que siento, lo que pasé en la infancia. Yo no tenía regalo del Día del Niño y por eso a mi hijo le tengo que dar el regalo del Día del Niño si tengo la posibilidad.

— Alguna vez dijiste “es feo pasar hambre”, ¿pasó que faltaba la comida en tu casa?

— Sí, a veces faltaba la comida porque era mi viejo solo el que laburaba. Éramos ocho hermanos y mi vieja. Y encima mi viejo, se agarraba a los sobrinos que los padres no los querían tener, los llevaba a mi casa.

— ¿Cuántos llegaron a ser en tu casa?

— 14…

— Entre primos y demás…

— Sí, y tres habitaciones. Bah, dos habitaciones y el comedor, que era habitación de noche y comedor de día. Yo dormía con mi mamá y mi papá porque era el más chiquito. Cuatro hermanos en una cama, cuatro hermanos en otra. Fue la vida que vivimos y me siento orgulloso de haberla vivido. No culpo a mi viejo ni nada. Es lo que les tocó vivir a ellos. Tuvieron muchos hijos. Muchos pueden decir: “¿Y cómo no se cuidaban?”. ¡Si mi vieja no sabía ni qué era un anticonceptivo! Hoy por hoy sí. Vas a un hospital público y te ponen un chip. Antes el hospital no te daba un anticonceptivo.

— La calle muchas veces te acerca a los vicios o a los peligros, ¿estuviste cerca de eso?

— No… Nunca se me cruzó ni por la cabeza hacer eso. Yo hasta los 19 años no probaba una gota de alcohol. No fumaba, no fumo. Salía con mis amigos, se ponían en pedo y “eh tenés que probar el cigarro”, y yo no. Yo quería jugar al fútbol. Cuando dejé de jugar, en esos ocho meses hice muchas cagadas, pero jamás en mi puta vida me drogué. Jamás. Ni cerca. Es más, tenía amigos que lo hacían y les decía: loco, hacelo tranquilo, no es bueno, pero no lo hagas adelante mío porque no somos amigos si vos lo hacés adelante mío cuando yo no hago esas cosas. ¿Te querés arruinar la vida? Arruinátela vos, pero hacelo cuando estés solo, no te creas que sos más importante o más macho por hacerlo adelante de cualquiera. Hacelo callado, en tu vida. Es lo que me marcó mi viejo siempre. Mi viejo no teníamos un peso para comer pero no se iba a robar, se iba a laburar. Agarraba la cuchara, agarraba la pala, salía en la bicicleta y buscaba un trabajo. Hacia una changuita, traía 50 pesos y comíamos todos.

— Si pensás en una imagen de tu infancia, ¿es esa que tu viejo te compró los botines a pesar de que no sabían si iban a tener guita para comer a la noche?

— Sin dudas. Fue mi primer par de botines. Hoy por hoy soy un obsesionado de los calzados, me compro zapatillas o botines. A veces tengo, veo uno que me gusta y lo compro. Pero porque capaz fue por la falta de calzado que soñaba. Yo tenía amigos que los padres eran dueños de farmacia, por ejemplo, y caían con botines muy lindos. ¡En su momento los Puma Borussia eran hermosos! Ese día fuimos a la feria con mi viejo y me dijo: “Estos van a ser los botines que te van a llevar y no sé qué historia me inventó”. Caí a mi casa, mi mamá cagándome a pedos a mí, a él. Porque claro, éramos 12 en mi casa y fuimos a comprar un par de botines. Yo tenía 12 años, 10 años. No iba a ser profesional ahí como para que me compre un par de botines, pero yo rompía tanto las pelotas…

— ¿Y ese día morfaron al final?

— Sí… ¡Le sacamos la gallina al vecino! Jajaja

FUENTE: DIEZ EN DEPORTES / INFOBAE

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