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Caso Silvia Suppo: Secuestro, tortura y aborto en SantoTomé

Caso Silvia Suppo: Secuestro, tortura y aborto en SantoTomé

Cuando a los 17 años fue madrina de la boda de su amiga Patricia y caminó rumbo al altar de la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús del barrio 9 de Julio de Rafaela. Silvia Suppo sintió que estaba ensayando para su propio casamiento. Allí, sentado en la nave, estaba su novio, Reinaldo Hattemer. Era natural, se casaba su hermano Oscar. Reinaldo y Oscar Hattemer eran queridos en toda la ciudad santafesina. Cuando eran chicos, tenían una banda a la que llamaron -en broma- “Los criminales del ritmo” porque “ejecutaban” la música. Reinaldo era militante sindical metalúrgico y tenía ya 23 años. Silvia, que quería ser enfermera, lo admiraba y estaba enamorada de esa mirada clara. La ceremonia de enlace iba a ser sencilla, sin fiesta. Corría el año 1977, no era época para que dos activistas llamaran la atención.

En la escalinata, un grupo, armado, de hombres de civil secuestró a Reinaldo. Silvia y su cuñado corrieron detrás de los autos que participaron en el operativo. Ella reconoció a dos hombres de la Jefatura de Policía. Así como ella sabía quiénes eran, los represores también conocían bien a Silvia y a su hermano Hugo. Habían empezado a militar en un barrio, dando apoyo escolar, cuando ella tenía 13 y él 15 años. En una ciudad chica, era imposible pasar a la clandestinidad, adoptar un nombre falso, encontrar un escondite seguro. ¿Adónde ir? Silvia y Hugo fueron arrestados ilegalmente varios días después. Curiosamente, cuando su padre, desesperado, les preguntó a los integrantes de la “patota” adónde se llevaban a sus dos hijos, le dijeron la verdad: “A la Jefatura”.

De la Jefatura de Policía, los pasaron a la comisaría 4ta y luego a un centro clandestino de detención conocido como La Casita, en Santo Tomé. A los dos los interrogaron brutalmente. A Silvia la desnudaron y la golpearon en los pechos. Le preguntaban por su novio Reinaldo, que ya estaba muerto en ese momento. Lo supo Hugo cuando -inconsciente por su propia tortura- escuchó la conversación de dos represores. Se les había” ido la mano”. Luego del interrogatorio, quedaron en muy grave estado. El hermano de Silvia fue trasladado a un hospital, de donde pudo escapar en una fuga cinematográfica. Los oficios de un obispo amigo de la familia le facilitaron la salida del país con un documento falso, se fue a Brasil. Hugo no podía sacarse de la cabeza la preocupación por su “hermanita” menor. ¿Qué iba a ser de ella?

A Silvia, la ataron de pies y manos a una cama y la violaron tres hombres a los que nunca pudo verles las caras porque estaba encapuchada. Para que no gritara, le taparon la boca con una mordaza. Otro detenido, que escuchó sus quejidos, pudo identificar las voces de los culpables que se jactaban de su virilidad.

“Si les digo que no…”

A Silvia le comunicaron que iban a liberarla, pero que tenía que pasar primero por el Grupo de Infantería Reforzada a cargo del comisario Juan Calixto Perizzoti. Cuando ella descubrió que tenía un atraso de dos meses, inmediatamente lo vinculó con la violación en La Casita. Pidió que la viera un médico y la llevaron esposada a un hospital. Le contó lo que le habían hecho a otra detenida, su excompañera de la secundaria Graciela Rabellino. No la sorprendió: las violaciones y vejámenes sexuales eran la regla. Era una forma de disciplinar a las mujeres. Perizzoti ordenó que las dos amigas fueran trasladadas de nuevo a la comisaría cuarta, encapuchadas y en el baúl de un auto. Estaban convencidas de que podían matarlas. ¿O tal vez las liberarían ?

“Creo que si les digo que no, me matan. Es más, estoy convencida de que si me niego, nos matan a las dos…” Las mantuvieron separadas algunos días, pero luego el comisario Perizzoti las juntó. “Tu amiga tiene que contarte algo. Háblenlo tranquilas”, le dijo a Graciela. Y las dejó solas.

– Estoy embarazada, Gracielita – le dijo Silvia cuando se fueron todos-. Me llevaron a ver a un médico que me va a hacer un aborto. Me dijeron que lo hablara con vos y decidiera si acepto o no acepto. Que te pidiera consejo.

– ¿Y qué vas a hacer? ¿Qué les vas a decir? -quiso saber Graciela.

– No sé. Creo que si les digo que no, me matan. Es más, estoy convencida de que si me niego, nos matan a las dos…

Les corrió un escalofrío por el cuerpo.

Para subsanar el “error”

Al día siguiente, fueron a buscar a Silvia el secretario de Perizzoti, Oscar Farina, y María Eva Aebi, su mano derecha. Cuando se la llevaron, le advirtieron a Graciela que viniera quien viniera no tenía que decir nada de Silvia. Graciela creyó que no la vería nunca más. Silvia y Graciela sabían de la crueldad de María Eva. Una vez, las había hecho salir encapuchadas al patio y había disparado tiros al aire para aterrorizarlas. Cuando salía a algún operativo de secuestro, volvía exultante. Decía que había sido un enfrentamiento, cuando en verdad se trataba de matanzas. La sangre la excitaba. Se la veía vociferar, fuera de sí. En presencia de Aebi, Perizotti le había preguntado a Silvia: “¿Así que estás embarazada?”. Ella apenas había podido contestar. “Vamos a subsanar el error”, fue la sentencia del comisario.

La trasladaron en el piso de un auto a lo de un médico del centro de Santa Fe para hacerle un aborto. Oscar Farina ser hacía pasar por su marido, Aebi por su hermana. Silvia pudo ver que el consultorio estaba sobre una avenida que tenía un cantero central. El médico -de entre 45 y 50 años- la hizo sentar en un sillón ginecológico. “Me inyectó algo y me hizo el aborto. Yo estaba lúcida. Todo habrá durado unos 15 o 20 minutos. Me levanté mareada. Las indicaciones se las dio a María Eva. Ella me sostuvo y me llevó hasta el auto”. Para que se recuperara del aborto, la llevaron a La Casita, el mismo lugar donde la habían torturado y violado. Pero en esa ocasión, cuenta Silvia, la trataron como si fuera un sanatorio. Tenía una cama limpia, comida, la daban los antibióticos, le controlaban la temperatura. “Me cuidaban dos tipos. Uno de ellos dormía en otra cama, en la misma habitación que yo. Era gordo, grandote”, recuerda. La mantuvieron en reposo 48 horas y después la hicieron levantar.

“No me arrepiento”

“No me arrepiento del aborto. Peor hubiera sido el embarazo. Es una atrocidad dejar avanzar un embarazo producto de una violación, yo no hubiera podido. Por favor, ¿qué hubiera sido de mi?”, se preguntaba Silvia, muchos años después. La historia da una respuesta posible a lo que hubiera sido de Silvia y del bebé. Probablemente, ella se hubiera transformado en otra de las mujeres jóvenes asesinadas después de dar a luz cuyos hijos fueron criados por apropiadores vinculados a las fuerzas de seguridad o militares y todavía son buscados por las Abuelas de Plaza de Mayo.

Más allá de cuál habría sido su decisión en libertad, Silvia fue llevada al aborto en el piso de un auto, sin que mediara su voluntad, custodiada por sus verdugos que se hicieron pasar por familiares hasta el consultorio de un profesional que ella no eligió y de quien ni siquiera conocía la identidad, solopara garantizar la impunidad. Y recibió la orden de “no contar”. Silvia fue llevada al aborto en el piso de un auto, sin que mediara su voluntad, custodiada por sus verdugos que se hicieron pasar por familiares.

Una orden que Silvia, que era valiente, desobedeció. Decía que a otras compañeras les resultaba difícil hablar, denunciar aquello que les habían hecho.Ella las animaba. Se había casado con un compañero que había estado secuestrado con ella y había sido testigo de su violación. Con él volvió a vivir a Rafaela y tuvo dos hijos, pero enviudó joven. Silvia declaró judicialmente todas y cada una de las veces que fue convocada.

Condenados

Hace algunos días, un tribunal condenó por aborto forzado a varios represores santafesinos, incluyendo a la ex sargento María Eva Aebi en la megacausa de Rafaela. Ricardo Ferreyra fue condenado a 16 años de prisión (suma 22 con una condena previa) por la violación de Silvia, y por el crimen de Rubén Carignano. A Juan Calixto Perizzotti, le dieron 14 años (con una anterior quedó en perpetua), entre otros hechos por el aborto. María Eva Aebi , 10 años por tormentos y por haber sido partícipe necesaria en el aborto (su pena completa quedó en 25 años). Oscar Farina recibió 8 años de condena por el aborto.

Silvia ya no estaba ahí para escuchar la sentencia. En la mañana de un lunes en el 2010, a los 51 años y a punto de viajar a visitar a su hermano Hugo, profesor universitario en París, fue apuñalada en su negocio de talabartería y platería del centro de su ciudad y no sobrevivió. Fueron detenidos por el homicidio dos ladrones de poca monta. Uno de ellos solía lavarle el auto a Silvia a cambio de unos pesos. Ella lo conocía bien. Es improbable que haya querido asaltarla a cara descubierta. En la investigación del homicidio, hay muchos elementos que no encajan. Los organismos de derechos humanos y sus hijos están convencidos de que los ejecutores no fueron los autores intelectuales de un asesinato que se parecía demasiado a una venganza por la lucha inclaudicable de Silvia contra la impunidad. Las oscuras voluntades que diseñaron la eliminación física de Silvia quedaron sin castigo y en el anonimato.

Fuente: www.tn.com.ar

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